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VIEJOS Y NUEVOS POLÍTICOS: CÓMO NOS VEN, CÓMO LOS VEMOS 2015



Solía afirmar Azaña que una cosa es pensar y otra muy distinta tener ocurrencias, afirmación que, aunque no pasaba de ser un lugar común, dejó de serlo cuando se la aplicó a Ortega, al que no dudó en calificar de enhebrador de aquéllas.

No entro ni salgo en ello, pues Ortega, filósofo, pensador y articulista polémico, fue objeto en vida de numerosas calificaciones como ésta, pero sí voy en cambio a servirme de ella para analizar el papel que nuestros políticos han jugado últimamente y ver si esta calificación les es aplicable o no, a la vista de cómo han usado el poder o se han enfrentado a él, cómo han presentado los programas de sus partidos o coaliciones en las recientes elecciones y cómo han interpretado los resultados de estas últimas. Salvo raras excepciones, que las hubo, que las hay, la mayoría de ellos han caído en eso que se ha dado en llamar “vicios políticos españoles”, contribuyendo así a agravar el “viejo problema español”, que no es otro que privilegiar los intereses individuales sobre los colectivos y preterir consensos básicos en materia esenciales.

 

En consonancia con ello, los candidatos, con la anuencia de sus partidos o coaliciones, no han tenido el menor rubor en proponer, entre otras alternativas, las de acuñar una moneda local en Barcelona, recuperar batallas navales en el estanque del Retiro, introducir el hip-hop como asignatura reglada en las escuelas, lanzar campañas publicitarias para recordar la autoría gaditana de la tortillita de camarones y construir una pista de esquí en Marbella o un jardín dentro del actual ayuntamiento madrileño. Si a esto añadimos, a juzgar por los discursos o debates celebrados, la más que evidente falta de educación o formación de un alto porcentaje de ellos, la impúdica traslación al electorado de eslóganes imposibles como verdades incontestables, las antidemocráticas propuestas de crear cordones sanitarios en torno a determinadas formaciones políticas o la exhibición de una legitimidad moral que no se compadece con las imputaciones o procesamientos por corrupción, entonces llegamos a la conclusión de que, efectivamente, no hacen más que enhebrar ocurrencias y, por añadidura, tomarnos por tontos.

 

Si así nos ven, o al menos así me lo parece a mi, sin que ello suponga que todo el mundo tenga que compartir esta percepción, ¿cómo los vemos nosotros o, en este caso concreto, cómo los veo yo? Yo los veo como una permanente decepción, sin que la aparente distinción que algunos pretenden hacer, diferenciando entre nuevos -nosotros- y viejos políticos – ellos-, tenga virtualidad real, pues en casi todos ellos, si analizamos detenidamente lo que proponen, lo que dicen que van a hacer y lo que finalmente hacen, en el poder o en la oposición, tanto da, vemos que su lenguaje y su conducta son más propios de viejos que de nuevos políticos. Y lo peor de todo es que, cuando, victoriosos o derrotados, confirman haber entendido el mensaje del electorado, en realidad no han entendido nada, pues si reflexionamos, por ejemplo, sobre cómo han interpretado los resultados de las últimas lecciones, ninguno de ellos parece haber advertido que el primer punto de su programa de gobierno – o de oposición- es, justamente, esta interpretación, una interpretación que no se ajusta a la realidad, ni tampoco responde a sus programas.

 

Antonio Viñal

 

Antonio Viñal & Co. Abogados

 

(Artículo publicado en el Suplemento Euro del Diario Atlántico, domingo 7 de junio de 2015)



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