UN VERANO CON MONTAIGNE
Un Verano -mi verano- con Montaigne es – fue - , siguiendo los pasos de Antoine Compagnon, un verano con sus Ensayos, pero también, por extensión, con la cultura francesa en su conjunto, con sus paisajes, con sus ciudades, con su gente, en busca de unas mayores dosis de libertad, de tolerancia y de quietud de las que disponemos aquí. Esto no quiere decir que Francia no tenga sus problemas, que los tiene, y muchos, como los relativos a las altas tasas de desempleo, al estancamiento de su producto interior bruto y a la falta de cohesión social, que Nicolás Baverez ya señaló en su día y que en gran medida siguen todavía vigentes, acrecentados, si cabe, por el de la reforma territorial, la "madre de todas las reformas", en palabras de Paul-Henri Limbert, que hará que de las actuales 22 regiones se pase a las 13 futuras. A pesar de su importancia, ésta, sin embargo, no se ve agravada por la ausencia de un debate objetivo, racional y equilibrado, como nos sucede aquí.
Este verano, que se convirtió, como acabo de decir, en un peregrinaje en pos de mayores dosis de libertad, tolerancia y quietud, empezó con Valéry y Brassens en Sète; prosiguió con Blum y Trenet en Narbona; y concluyó con Machado y Matisse en Collioure, teniendo, eso sí, como eje central a Martha Gellhorn en Le Lavandou, gracias, todo hay que decirlo, al Hotel Florida de Amanda Vaill, sin cuyas indicaciones no hubiera podido llegar a conocer este auténtico remanso de paz. ¿Por qué, a diferencia de lo que sucede aquí, predomina en Francia un incuestionable buen gusto en la conservación de los paisajes y las ciudades? ¿Por qué, a diferencia de lo que sucede aquí, predomina en Francia un tono generalmente comedido en las manifestaciones públicas, ya sean individuales o colectivas? ¿Por qué, a diferencia de lo que sucede aquí, predomina en Francia una palpable inquietud cultural, incluso con exposiciones y exhibiciones nocturnas, apenas alteradas por hordas de turistas insensibles?. Tal vez, llevado por mis años de estudios y viajes a Francia, exagero un poco estas apreciaciones, pero en lo esencial creo que son correctas.
Si el hecho de viajar constituye, a juicio de Montaigne, la mejor educación, el hecho de regresar constituye, a mi juicio, la peor frustración, por la inevitable comparación a la que te tienes que enfrentar entre lo que has visto y lo que ves, porque sin son graves los problemas que tiene que abordar Francia, mucho más graves son los que tenemos que abordar nosotros, al menos en los campos político y legal: el primero, por la preocupante ejecutoria de muchos de los cargos recientemente elegidos y por la no menos preocupante amenaza del separatismo catalán; y el segundo, por la quiebra galopante del Estado y del Estado de Derecho. A ello hay que añadir la ausencia de unas bases mínimas que permitan un diálogo equilibrado para poder resolverlos, como son la voluntad - existe voluntad de partido, pero no de Estado -, la formación - nuestros políticos poseen "competencias", pero carecen de "conocimientos" -, y la tolerancia - se tolera al correligionario, pero no al opositor-. En relación con este último punto, conviene no olvidar a Montaigne: " La mitad de la palabra pertenece a quien habla, y la otra mitad a quien la escucha".
Antonio Viñal
Antonio Viñal & Co. Abogados
(Artículo publicado en el Suplemento Euro del Diario Atlántico, domingo 4 de Octubre de 2015)