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LOS RESTOS CÍVICOS DE LA TRANSICIÓN




"Nuestra particular crisis es la imposibilidad de seguir manteniendo el pacto de la transición" (Félix de Azúa, Contra Jeremías)

 

Las obras de Pío Baroja no suelen estar entre mis lecturas preferidas, a excepción, tal vez, de sus trilogías La lucha por la vida o Desde la última vuelta del camino, pero esto no impide que a veces no comparta con él algunas de sus observaciones, como la que dice que "la inteligencia de los hechos lleva a la moderación y a la cultura", es decir, a una sociedad libre, justa y ecuánime, a una sociedad muy distinta, desgraciadamente, de nuestra sociedad actual, o al menos de la que han reflejado las elecciones autonómicas y municipales y de nuevo, más recientemente, las legislativas. Unas y otras han revelado una sociedad caracterizada por el sectarismo ideológico ( "Al enemigo, ni agua" ), la confrontación incívica ( "El insulto, práctica española cuando flaquean los argumentos" ) y el analfabetismo funcional ( " El tópico, hijo de la pereza intelectual y hermano del prejuicio" ), que han enterrado, o pretenden enterrar, entre la celebración de unos y la indiferencia de otros, los restos cívicos de la transición. El balance, que por ahora es desolador, atemoriza al ciudadano responsable, desconcierta al empresario nacional y retrae al inversor extranjero, ya que ninguno de ellos, desde una perspectiva racional, entiende lo que está pasando.

A pesar de que la mayoría de los líderes de los partidos que concurrieron a las elecciones proclamaron al término de éstas su "altura de miras, sentido de estado y capacidad de consenso", lo cierto es que en sus declaraciones posteriores no se vislumbra, salvo contadas y limitadas excepciones, una voluntad de diálogo, concertación y compromiso, y sí en cambio un deseo de aislar al contrario, al que no se ve como adversario, sino más bien como enemigo. Este partidismo, que niega, incluso, el agua, exhibe con toda su crudeza, como señala Aurelio Arteta en Tantos tontos tópicos, la torpe dialéctica amigo / enemigo como eje capital de la política, confirmando con ello que en nuestra escena política la especie de los sectarios prolifera hoy como nunca, y que ellos, los sectarios, digo, prefieren el daño de su enemigo particular al bien del conjunto. Sólo así se explica la renuencia de partidos como el socialista a un pacto conjunto con populares y ciudadanos que dé estabilidad al sistema y su preferencia, como único programa de gobierno, por "echar a Rajoy, al PP y cambiar sus políticas".

 

Este sectarismo al que acabo de aludir no es la única nota negativa de la política actual, puesto que a su lado coexisten, como dije antes, otras dos, la confrontación incívica y el analfabetismo funcional: de la primera hemos tenido abundantes muestras en alguno de los debates celebrados con ocasión de las últimas elecciones, unos debates en los que pudimos ver a políticos cargados de ideología y carentes de educación o, también, cargados de estética y carentes de ética, estetizándolo absolutamente todo, como recuerda Félix de Azúa. Mientras que de la segunda, para no quedarse atrás, las muestras no ya abundantes, sino abundatísimas, han estado - y siguen estando- presentes en una opinión pública que posee, sí, la condición de votante, pero tal vez no la de ciudadano, una condición que, como indica Aurelio Arteta, "no se aviene con la disciplina de voto ni mucho menos con ese otro voto de pobreza intelectual que exige el partidismo", ni tampoco, añado yo, con un relativismo cultural desbocado, fruto de lo que José Luis Pardos llama con razón "gelatina de conocimiento".


Antonio Viñal

Antonio Viñal & Co. Abogados

 

(Artículo publicado en el Suplemento Euro del Diario Atlántico, domingo 10 de enero de 2016)

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